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Guadalupe




Guadalupe
Un viaje al alma de Extremadura
Enclavada en las estribaciones de las sierras de Villuercas y montes de Altamira, en el corazón de Cáceres, La Puebla de Guadalupe emerge
como un tesoro histórico y paisajístico. Este pueblo, declarado Conjunto Histórico-Artístico, no solo es un símbolo espiritual
y cultural de Extremadura, sino también un mirador privilegiado hacia un entorno natural de montañas salvajes, bosques milenarios
y valles que parecen pintados por la mano de un artista.
Su nombre evoca peregrinación, arte y una armonía única entre el
legado humano y la fuerza telúrica de la tierra.
El Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, Patrimonio de la Humanidad desde 1993, domina el paisaje urbano con su
imponente silueta de torres góticas y muros fortificados.
Fundado en el siglo XIV, este monumento es un crisol de estilos
arquitectónicos —desde el mudéjar al renacentista— y guarda leyendas que entrelazan la fe, la realeza y el descubrimiento
de América (Cristóbal Colón llegó aquí para agradecer el éxito de su viaje).
Pero más allá de sus claustros y relicarios,
el monasterio parece brotar de las propias montañas, integrado en un valle rodeado de cerros como el Pico Villuercas,
el pico más alto de la zona, que vigila el pueblo desde los 1.601 metros de altitud.
El paisaje de Guadalupe inspira misticismo. No es casual que los monjes jerónimos eligieran este lugar para
levantar su santuario mariano.
Las montañas, consideradas sagradas desde tiempos prerromanos, parecen custodiar
secretos en sus grutas y manantiales. De hecho, la leyenda cuenta que la imagen de la Virgen de Guadalupe
fue hallada por un pastor junto al río. Hoy, peregrinos y senderistas siguen buscando en estos parajes una
conexión espiritual, se pueden hacer rutas por los senderos que parten del pueblo, como la Ruta de Isabel
la Católica o el Camino de los Descubridores.
El entorno de Guadalupe es un escenario de geología dramática, parte del Geoparque Mundial UNESCO Villuercas-Ibores-Jara.
Las sierras cercanas, formadas hace miles de años, despliegan crestas cuarcíticas, riscos dentados y valles fluviales
como el del río Guadalupejo, cuyas aguas serpentean entre olivares y bosques de castaños.
En otoño, estos bosques se incendian de tonos ocres, mientras en primavera florecen jaras,
brezos y cantuesos, tiñendo el aire de aromas mediterráneo.
La Puebla de Guadalupe no sería la misma sin su simbiosis con el entorno. Sus calles empedradas, con casas de entramado
de madera y balcones repletos de flores, reflejan una arquitectura tradicional adaptada al clima y al relieve,
los rebaños de cabras que pastan en las laderas, hablan de una economía ligada a la tierra así como
la gastronomía y por eso se puede disfrutar platos con cordero y cabrito de la tierra.
La típica morcilla de Guadalupe, migas, gazpachos, sopas de tomate...
Hay otros dos productos de una calidad inigualable que son la miel de la comarca y los quesos de cabras autóctonas
retintas, veratas y serranas, su leche, rica y aromática, se transforma en quesos artesanales de gran calidad,
el Queso de Ibores, con Denominación de Origen Protegida.
La Puebla de Guadalupe no es solo un destino; es una experiencia que une el palpitar de la historia con el
latido de la naturaleza.
Pasear por sus calles es viajar al medievo, pero al levantar la mirada hacia las sierras,
uno recuerda que este pueblo es, ante todo, un hijo de la tierra.
Un lugar donde las piedras del monasterio dialogan con las rocas milenarias, donde el canto de los pájaros
se mezcla con el repique de las campanas, y donde cada rincón
invita a perderse —y encontrarse— en el paisaje más auténtico de Extremadura.
Sitios de interés
En 1478 el Papa Sixto IV concedió una bula para que los Reyes Católicos instauraran una inquisición, que llamaron "Santo Oficio" para eliminar a todos los moriscos y judíos que no se habían convertido al cristianismo.
La huella de la arquitectura de la judería se caracteriza por casas de dos plantas, utilizando la piedra, madera y adobe, encaladas con soportales y balcones adornados con flores, en calles empedradas, estrechas y sinuosas convergen en la plaza mayor, donde se encuentra la fuente de los tres chorros, a los pies de el Monasterio.
Su restaurante ofrece una exquisita muestra de la gastronomía extremeña, con platos tradicionales elaborados con productos de la tierra.
Traspasar sus puertas es sumergirse en un ambiente de tranquilidad y serenidad. Sus blancas habitaciones, decoradas con un estilo clásico y elegante, evocando a su pasado medieval invitan al descanso y la relajación y los exteriores de inspiración árabe, con jardines, naranjos y limoneros con vistas al Real Monasterio.
Más información: http://www.paradordeguadalupe.com
Sus laderas están cubiertas de una exuberante vegetación mediterránea, con bosques de robles, castaños, alcornoques y pinos. En sus alturas, el paisaje se vuelve más rocoso y escarpado, con la presencia de afloramientos de cuarcita y granito.
Los frailes, la ciencia y el humanismo
El antiguo Hospital de San Juan Bautista del siglo XIV y el Colegio de los Infantes del XV, fueron en el medievo cuna del saber, la ciencia y el humanismo.
En el Hospital de San Juan Bautista los frailes ejercían la medicina y formaban a discípulos en médicos-cirujanos, botica y herbolario además eran maestros en el arte de crear espacios de serenidad en los cultivos de huertos y jardines como muestra su patio de naranjos y limoneros, es un testimonio de esta habilidad.
Las celosías tamizan la luz, creando un ambiente acogedor, mientras que el estanque de agua añade un toque de frescura y tranquilidad. El resultado es un conjunto armonioso que invita a la reflexión y al bienestar.
El Colegio de Infantes o de Gramática fue escuela de humanidades, teología y canto.